Te encontré como en cualquier día , en el fondo de la habitación,
de la gran habitación, tal vez ya no la recuerdas, hablo del cuarto más grande
de nuestra casa, la habitación blanca, la de las luces discretas y las ventanas
de madera, lo recuerdo porque es donde te recargabas sobre uno de los 3
pequeños balcones para mirar el jardín, para hundirte en el verde pasto que
rodeaba nuestra casa, esa en la que vivimos y que ya no recuerdas, estabas ahí,
con tu vestido blanco, ese que ocupabas cada que me querías hacer sentir mejor,
ese en el que te ves hermosa, fácil de describir, solo con una palabra:
perfecta.
Tomaba tu cintura mientras tu admirabas el paisaje, la
perfecta percepción de tus huesos y tu carne, la perfecta sintonía de tu aroma
y tu silencio, la perfecta sensación de tus movimientos y mis manos, como un
sueño del que uno no quisiera despertar, como el sueño que era… así que solo me
perdí en ese instante, decidí fundirme contigo y aquel extraño pasto en el que
hora vivíamos, ¿has escuchado las conchas de mar? Ese era nuestro ruido eterno, ¿escuchas? Es el mar en el que ahora vivimos.
Volteaste lentamente, me preguntaste algo, no sé qué, estaba
demasiado distraído contigo, estaba demasiado perdido contigo y aun así no te
diste cuenta, cada quien vivía en su mundo, para mi genial, para ti bueno, no sé
qué es lo que estabas viviendo en ese instante, cada cabeza es un mundo y tú eres un
mundo difícil de imaginar.
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